jueves, 1 de noviembre de 2007

Grafólogo de noche

La otra noche me entrevistaron para un programa de Punto Radio que se emite de madrugada, de 4 a 6 de la mañana.

Alejandro Ávila, el amable presentador del programa “A día de hoy”, me hizo una entrevista simpática y amena, algo importante teniendo en cuenta las horas en que se iba a radiar.

Yo tenía mis dudas sobre hacerla o no, ya que por que el hecho de emitirse a esas horas a uno le hace plantearse la posibilidad de que no la va a escuchar nadie; bueno sí, el entrevistador, y por supuesto el técnico que la graba y luego reproduce, y que no le queda más remedio, claro está.

Pero me animé; siempre es grato este tipo de entrevistas, muy diferentes a las publicadas en los medios impresos. Más que nada por que en estas últimas, raro es que el periodista de turno no haga un cambalache con todo lo que has dicho, y al final parezca que digas lo contrario de lo que has querido decir. No sé si me explico, pero creo que todo aquel al que le hayan entrevistado alguna vez sabrá a lo que me refiero.

El caso es que llegado el momento y mientras iba respondiendo a las preguntas del locutor, me empezaron a venir a la mente todas las personas que me podrían llegar a escuchar después, de madrugada: el pertinaz insomne que va cambiando el dial para intentar encontrar un programa que le entretenga en esos momentos de desesperación, o también buscando un programa soporífero que le ayude a encontrar precisamente el sueño que le falta; el trabajador a turnos, que esa noche le tocaba y maldita sea la gracia siempre que le toca; el bombero de guardia constantemente a la espera de que no se produzca ningún siniestro esa noche; la enfermera de planta del hospital, atenta a que el timbre de alguna habitación pueda saltar; el soldado en su garita aterido de frío y que esconde su pequeña radio como un tesoro bajo el uniforme para que no le pillen; el Agente Judicial de guardia en el Juzgado correspondiente de cualquier capital provinciana; el taxista que va y viene, que viene y va, en busca y captura de un buen cliente con el que poder hacer su pequeño agosto esa noche; el estudiante en vísperas de exámenes, que para relajarse y cortar un poco con su consabido run run memorístico pone la radio; el periodista que está en la redacción acabando de pulir la última edición de su diario, inmaculado antes de salir pero que muy pronto dejará de ser virgen en cuanto amanezca y sea manoseado en cada quiosco; el farero, si es que aún queda alguno, que mirando a las estrellas desde su torre iluminada echa el décimo cigarro de esa noche...Y probablemente cientos y cientos de personas más, que por unas razones u otras, estarían allí oyéndome hablar de lo qué es y para qué sirve la grafología.

Cuando acabé la entrevista me sentí contento de saber que en cada una de esas personas iba a poner una pequeña semillita de conocimiento sobre esta ciencia, por desgracia hoy todavía tan desconocida y poco valorada. Incluso pensé que con toda probabilidad, esta maravillosa gente que estaría escuchando, precisamente por el momento en que lo iban a hacer, tan íntimo y solitario, estarían mucho más atentos y receptivos que otras miles de personas que se agolpan diariamente ante la radio en horas estelares, deseosos de consumir los programas masivos con que nos obsequian cada día algunas cadenas.

Y al final, hasta le agradecí de corazón al periodista por haberme dado esa oportunidad. Por que de hecho, si la entrevista hubiera sido para un programa de máxima audiencia, estoy seguro que ahora no estaría escribiendo estas líneas. Por algo será...

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